Algo que puedo hacer hoy: Acudir a Él para ser librados de la maldad



Título de la reflexión: Guardados

Texto base: Lucas 11:4b

 “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal.”

Ayer veíamos que podemos acudir a Dios para ser libres de la tentación, algo inherente a nuestra condición humana, con el fin de ser librados del mal. Pero, ¿qué es el mal?

El significado bíblico del mal se refiere a aquello que causa dolor, tristeza o sufrimiento, tanto en lo físico como en lo moral. El mal no existe como algo positivo en sí mismo, sino como ausencia del bien que procede de Dios. La rebelión y la desconfianza son ejemplos de mal que toman el lugar de la obediencia y la comunión.

El origen del mal no se encuentra en Dios, sino en una persona: Satanás, presentado en la Biblia como un ser real con personalidad, también llamado Diablo. En la creación, Dios hizo a los ángeles, incluyendo a un ángel superior llamado Lucifer, quien cayó y se convirtió en príncipe de los demonios. Isaías y Ezequiel hablan de Lucifer bajo la figura del rey de Babilonia y del rey de Tiro. Por tanto, el origen del mal está en la caída de Lucifer y su posterior instigación del pecado.

El Señor Jesús incluyó la petición “Líbranos del mal”, refiriéndose al mal en general y específicamente al diablo. Como expresé al inicio, está relacionada con la petición anterior “No nos metas en tentación”, lo que significa que pedimos a Dios protección frente a las situaciones que nos tientan a pecar. Jesús enseñó a sus discípulos a orar de esta manera, reconociendo que no podemos resistir al diablo en nuestras fuerzas, sino que necesitamos la ayuda del Espíritu Santo. Es una súplica para que Dios intervenga y nos fortalezca en la lucha diaria contra el pecado y contra el enemigo. Esta enseñanza conecta con el mandato de Santiago 4:7: “Resistid al diablo, y huirá de vosotros.”

Ahora bien, podemos acudir a Dios para vencer el mal, pero también nos corresponde hacer nuestra parte. Romanos 12:21 dice: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.”

Jesús es el ejemplo perfecto de cómo vencer el mal con el bien: “quien, cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Pedro 2:23). Cuando respondemos con una palabra suave, con amabilidad o generosidad a alguien que nos ha dañado, dejamos al agresor solo en su maldad. Mantener nuestros ojos en Jesús nos guía para saber cómo responder cuando nos tratan injustamente (Hebreos 12:2).

No podemos impedir que otros hagan el mal, pero nadie puede obligarnos a participar con ellos.

El mismo Señor Jesús reiteró esta petición en su oración sacerdotal: “No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17:15). Él no rogó para que sus discípulos fueran ricos o grandes en este mundo, sino para que fueran guardados del pecado, fortalecidos en su deber y finalmente llevados a salvo al cielo. Ese es, en última instancia, el objetivo supremo. Jesús pidió al Padre que los guardara del mal: de ser corrompidos por el mundo, de los restos del pecado en sus corazones y de la astucia de Satanás. Así podrían transitar por este mundo —como por tierra enemiga— de la misma manera en que Él lo había hecho. No estamos aquí para perseguir los mismos fines que quienes nos rodean, sino para glorificar a Dios y cumplir su propósito.

El verdadero objetivo de esta oración no está centrado en nuestro bienestar terrenal, sino en un fin eterno: nuestra vida con Dios en el cielo. Satanás se opone a esto y hará todo lo posible por evitarlo.

Todo el modelo de oración que Jesús nos enseñó tiene como propósito afianzar nuestro conocimiento y confianza en Dios. Reconocemos su paternidad, su lugar a favor nuestro, su carácter y fidelidad que nos aseguran sus promesas, la certeza de su reino, la necesidad de vivir en su voluntad, su cuidado constante, su perdón incondicional y, finalmente, su poder para guardarnos de toda maldad, incluso de la que aún habita en nosotros mientras estemos en la tierra. Podemos confiar en que Él es poderoso para guardarnos sin caída (Judas 1:24) y que jamás nos dejará ni nos desamparará (Hebreos 13:5). Él está dispuesto a ayudarnos, tomándonos de la mano (Isaías 41:13).

Es común ver en muchos hogares la Biblia abierta en el Salmo 91, como símbolo de protección. Pero más allá del símbolo, cuando nos acercamos con sinceridad a Dios y comprendemos la profundidad de la oración modelo dada por Jesús, tenemos la certeza de que las promesas de este Salmo son reales y se cumplirán en nuestra vida.

¡Bendiciones!

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