Algo que puedo hacer Hoy: Creer aunque no lo vea.

 

📖 Texto: Juan 20:24-29

Tema: Confiando en el carácter de Dios más que en mis sentidos

Encuentros con Dios: “Alguien como tú o yo” – Tomás

Continuamos con nuestra serie Encuentros con Dios: Alguien como tú o yo. En esta ocasión nos detenemos en Tomás, uno de los discípulos de Jesús. El pasaje central lo encontramos en Juan 20:24-29, donde resuena con fuerza la declaración final de Jesús en el versículo 29:


“Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.”

Tomás y nuestra necesidad de certeza
Todos, sin excepción, nos parecemos a Tomás. En algún momento sentimos la necesidad —a veces apremiante— de tener certezas tangibles acerca de lo que creemos. Muchas veces nuestra fe se apoya más en las experiencias de otros que en una convicción personal sólida; es una fe “prestada”, que usamos como tabla de salvación. Incluso siendo testigos de circunstancias que desafían toda lógica humana y que deberían fortalecer nuestra fe, la duda vuelve a asaltarnos.

El problema no es únicamente la falta de evidencias, sino nuestra condición caída. Desde el Edén, cuando Adán y Eva fueron instigados por el maligno a dudar de Dios, toda la humanidad quedó marcada por la incredulidad. Nuestra inclinación natural es cuestionar, vacilar, incluso desconfiar de nosotros mismos. Esa es la lucha que refleja Tomás, y es la que también vivimos tú y yo.

Un discípulo comprometido, pero vulnerable
Tomás caminó cerca de Jesús durante casi tres años, fue testigo de milagros, enseñanzas y de la autoridad del Maestro. Aunque aparece pocas veces en los Evangelios, hay un pasaje que revela su carácter decidido: cuando Jesús anuncia la muerte de Lázaro y decide ir a Betania, Tomás dice a los demás discípulos: “Vamos también nosotros, para que muramos con Él” (Juan 11:16). Este gesto muestra que no era un hombre indiferente, sino alguien con disposición de seguir a Jesús aun a riesgo de su vida.

Sin embargo, cuando llega la hora de la cruz, esa aparente firmeza se derrumba. Al igual que los demás discípulos, Tomás flaquea. No estaba presente cuando Jesús se apareció por primera vez a los suyos, y su ausencia refleja quizás su desconcierto, su miedo y su lucha interna. Pasó de la convicción de morir con Cristo a la exigencia de pruebas visibles para creer en su resurrección.

El camino de la fe
La fe, según Hebreos 11:1, es “la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve”. No se trata de tener todas las respuestas ni de vivir sin dudas, sino de confiar en la fidelidad de Dios aun en medio de la incertidumbre. Por eso, la Escritura recalca que “a cada uno Dios le ha dado una medida de fe” (Romanos 12:3), pero esa fe necesita ser ejercitada y fortalecida.

Jesús lo había dicho con claridad: “Si tuvieran fe como un grano de mostaza, dirían a este monte: pásate de aquí allá, y se pasaría” (Mateo 17:20). La fe no siempre es grande ni constante; a veces es frágil, y eso explica la reacción de Tomás. No obstante, la historia no termina en su incredulidad.

El encuentro restaurador
Ocho días después, con las puertas cerradas y los discípulos reunidos, Jesús se aparece nuevamente. Esta vez Tomás está presente. El Señor no lo reprende con dureza, sino que le concede exactamente lo que había pedido: ver y tocar las señales de los clavos. Es un gesto de gracia y misericordia. Frente a esa evidencia, Tomás no duda más y exclama: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:28).

Ese encuentro marcó un antes y un después. La duda de Tomás se transformó en la confesión más clara y contundente de la divinidad de Cristo en todo el Evangelio. Pero Jesús le deja una lección que trasciende su experiencia personal: “Bienaventurados los que no vieron, y creyeron.” Es decir, hay una bendición especial reservada para quienes confían sin necesidad de pruebas visibles.

Aplicación para nosotros
Las pruebas llegarán, y con ellas la tentación de dudar. A veces nuestras fuerzas serán insuficientes y quizás clamemos como Tomás por señales. En su gracia, Dios puede responder a nuestras peticiones, pero su propósito siempre va más allá: quiere que aprendamos a confiar en su carácter, incluso cuando no vemos lo que esperamos.

La fe genuina no se define por tener siempre respuestas inmediatas, sino por permanecer firmes, sabiendo que al mirar atrás reconoceremos cómo Dios obró a nuestro favor. La fe que persevera en la oscuridad es la que madura y recibe recompensa.

El mensaje de Tomás nos recuerda que nuestras dudas no nos descalifican; al contrario, pueden ser el escenario donde Jesús se revela con mayor poder. Él no cancela a los que dudan, sino que los transforma en testigos firmes de su gloria.


Preguntas de autoevaluación

  1. ¿En qué áreas de mi vida sigo exigiendo pruebas visibles para confiar en Dios?

  2. ¿He confundido mis dudas con falta de valor, olvidando que pueden ser el lugar donde Cristo se revele con más fuerza?

  3. ¿Estoy dispuesto a caminar en fe aun cuando no vea lo que espero?


Acción del día

Hoy escribe en tu cuaderno o celular una oración breve entregando a Jesús el área donde más luchas con la duda. Repite durante el día la confesión de Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”


Oración

Señor Jesús, gracias porque conoces mis dudas y, aun así, no me rechazas. Te pido que transformes mi incredulidad en fe viva, que aprenda a confiar en ti sin necesidad de ver pruebas tangibles. Como Tomás, quiero confesarte con todo mi corazón: ¡Señor mío y Dios mío! Amén.

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