Algo que puedo hacer hoy: Descansar en el amor de Cristo

 


📖 Texto: Juan 13:23; Juan 19:26–27

Tema: El reposo en el amor de Cristo

Serie Encuentros con Dios – “Alguien como tú o yo”: Juan, el discípulo amado

Continuamos con nuestra serie Encuentros con Dios y, dentro de ella, con una subserie que podríamos llamar “Alguien como tú o yo”. Hoy abordaremos aspectos de la vida de Juan, conocido como el discípulo amado.

El texto base se encuentra en Juan 13:23:
“Uno de ellos, el discípulo a quien Jesús amaba, estaba reclinado sobre Él.”

Nuestro carácter suele definirnos ante los demás. A veces basta una palabra para describirnos. En el caso de Juan, junto con su hermano Santiago, recibió de Jesús el sobrenombre Boanerges, hijos del trueno: ambiciosos, impetuosos, irascibles, impacientes y determinados a lograr sus objetivos a cualquier costo. Sin embargo, al final de su vida Juan sería conocido como el apóstol del amor. ¿Qué produjo semejante transformación? Sin duda, su relación íntima con Jesús. Y lo más alentador: este cambio no está reservado para personas “especiales”, sino que está al alcance de todo aquel que acepte el llamado de Dios.

Juan fue llamado junto a su hermano mientras trabajaban como pescadores. Ya era seguidor de Juan el Bautista, lo cual revela cierta sensibilidad espiritual. Al ser invitado por Jesús, se convirtió en testigo directo de muchos de sus milagros. La primera clave que vemos en su vida es que era enseñable. Cuando el Maestro le puso a él y a su hermano el sobrenombre de “hijos del trueno”, lejos de amargarse, Juan entendió que esa reprensión era necesaria para ser útil en los planes de Dios.

A lo largo del ministerio de Jesús, Juan, Santiago y Pedro formaron el círculo más cercano al Señor. Juan procuraba estar siempre junto al Maestro, como aprendiz junto a su rabí: viajando, comiendo, trabajando y aprendiendo en constante convivencia. En la tradición judía, seguir a un rabí implicaba imitar su estilo de vida en todo sentido: moral, familiar, religioso, social y aun político. Era aprender a pensar, vivir y, llegado el caso, morir como él.

Aunque Jesús eligió a sus discípulos, también hubo una disposición personal de Juan. Junto con Andrés, discípulo del Bautista, siguió a Jesús cuando Juan lo presentó como “el Cordero de Dios”. Es decir, había un interés genuino en conocer al Mesías.

La cercanía de Juan con Jesús se evidenció hasta el final. Cuando el Maestro fue crucificado, él estaba allí, junto a María (Juan 19:26–27). Sorprendentemente, Jesús encomendó a Juan el cuidado de su madre, aunque tenía hermanos carnales que podían asumir esa responsabilidad. Este gesto confirma el profundo vínculo entre ellos.

Juan experimentó esa cercanía de manera literal: en la última cena se reclinó sobre el pecho de Jesús, escuchando el palpitar de su corazón en los momentos previos a la cruz. Fue testigo directo del amor más grande jamás entregado, y eso lo transformó para siempre.

Tras la resurrección, cuando María Magdalena anunció que la tumba estaba vacía, Juan fue el primero en correr hacia allí. Más tarde, cuando Jesús restauró a Pedro y lo llamó a seguirle, Juan simplemente se unió a ellos. No necesitaba una invitación formal: sabía que su lugar siempre era estar junto al Maestro.


3. Preguntas de autoevaluación

  1. ¿Qué aspectos de mi carácter reflejan todavía al “hijo del trueno”?

  2. ¿Estoy dispuesto a dejar que la cercanía con Jesús transforme esas áreas difíciles de mi vida?

  3. ¿Busco estar cerca del Maestro por costumbre o por amor genuino?


4. Acción del día

Hoy toma un momento de quietud y ora de manera íntima, sin fórmulas ni repeticiones. Reposa en el amor de Cristo, como Juan en su pecho, y permítele transformar tu carácter.


5. Oración

Señor Jesús, gracias porque me amas tal como soy, pero también porque me invitas a ser transformado por tu amor. Ayúdame a reposar en tu presencia y a vivir como alguien que ha sido alcanzado y cambiado por ti. Que mi identidad esté siempre en tu amor y no en mis debilidades. Amén.


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