Algo que puedo hacer hoy: Descansar en la gracia y no en mi esfuerzo


 


Serie: Dios en el silencio
Texto bíblico base: Efesios 2:8–9

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.”


Hoy aprenderemos a descansar en la gracia de Dios y no en nuestras propias fuerzas.

La falsa idea de un Dios implacable
Muchos viven una relación tensa con Dios, como si Él fuera un capataz severo e imposible de satisfacer. Creemos, equivocadamente, que está siempre vigilando nuestros errores para castigarlos con dureza o, en el mejor de los casos, ignorarnos y dejarnos sumidos en la confusión y el dolor.

Pero esta visión distorsionada surge del desconocimiento del verdadero carácter de Dios: un Padre que ama profundamente a su creación y a aquellos que ha adoptado como hijos.

La justicia de Dios y nuestra debilidad
Es cierto que Dios es justo y no puede ser engañado, ni por otros ni por sí mismo. La Escritura lo afirma:

“El Señor es lento para la ira y grande en amor, perdona la maldad y la rebeldía, pero no tendrá por inocente al culpable…” (Números 14:18, NVI).

Su justicia, entonces, no es arbitraria, sino basada en la verdad. Dios conoce nuestra naturaleza frágil e inclinada al pecado:

“Pues él sabe lo débiles que somos; se acuerda de que solo somos polvo.” (Salmos 103:14, NTV).

Si no fuera por esa compasión, ninguno podría resistir su justicia.

La obra de Cristo: nuestro acceso a Dios
Aquí comprendemos la grandeza de la obra de Cristo. Si Él no hubiera ocupado nuestro lugar y recibido sobre sí el peso de la condena por el pecado, jamás habríamos tenido acceso al Padre. Pero gracias a su muerte y resurrección hoy podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y ayuda oportuna (Hebreos 4:16).

Nuestra relación con Dios, por tanto, no descansa en nuestros méritos, sino en los de Cristo. Él nos ha hecho coherederos con Él.

¿Qué significa ser coherederos?
En términos jurídicos, un coheredero es alguien que comparte con otros el derecho a la herencia, no sobre un bien específico, sino sobre la totalidad del patrimonio. Este derecho surge por vínculo familiar o por disposición expresa del testador.

De la misma manera, somos coherederos con Cristo porque Él cumplió todas las exigencias de la justicia divina y validó con su sacrificio el “testamento” del nuevo pacto. Hebreos 9:16–28 nos recuerda que su muerte aseguró legalmente nuestra herencia eterna.

En Cristo no recibimos una porción reducida, sino el acceso completo a las riquezas espirituales de Dios: salvación, adopción, fortaleza y esperanza.

Un Padre y sus hijos
Jesús ilustró nuestra relación con Dios como la de un Padre con sus hijos. Subrayó que, aunque nosotros somos padres limitados y falibles, procuramos dar cosas buenas a nuestros hijos y no algo que les dañe (Mateo 7:11).

Si esto es verdad en nosotros, ¿cuánto más lo será en nuestro Padre celestial, que es perfecto en amor?

Por eso, nuestra relación con Dios nunca puede basarse en un perfeccionismo espiritual que nos haga creer que debemos “ganarnos” su cercanía. Él mismo lo ha declarado:

“No te dejaré ni te desampararé.” (Hebreos 13:5).

Dios ya ha provisto todo lo necesario para estar con nosotros. Su amor por ti y por mí no depende de nuestro rendimiento ni de nuestra capacidad.

La gracia: el verdadero carácter de Dios
No existe nada que puedas hacer para que Dios te ame menos, ni tampoco para que te ame más. Su amor no se compra ni se negocia: se recibe por gracia.

La gracia revela el corazón mismo de Dios: su amor que desciende hacia nosotros, aunque no lo merezcamos. Por gracia recibimos salvación, fortaleza y esperanza como un don, no como un premio por nuestras obras.

Y es precisamente esta gracia la que nos libera de la carga de la perfección imposible y nos lleva a descansar en la obra consumada de Cristo.

Conclusión
Nuestra relación con Dios no se sostiene en nuestras fuerzas, sino en su gracia. No es un sistema de méritos, sino una herencia asegurada en Cristo.

Hoy puedes descansar en esta verdad: Eres amado, aceptado y heredero, no por lo que has hecho, sino por lo que Cristo ya hizo en tu lugar.


Preguntas de autoevaluación

  1. ¿Estoy viviendo mi relación con Dios como hijo amado o como siervo temeroso?

  2. ¿Confío en la gracia de Cristo o en mis propios méritos?

  3. ¿Estoy descansando en la obra terminada de Jesús o intentando “ganarme” su favor?


Acción del día

Hoy, detente y repite en voz alta esta verdad:
“Soy salvo por gracia, no por obras.”
Deja que tu corazón descanse en el regalo perfecto de Dios.


Oración

Padre, gracias por tu gracia inmerecida. Gracias porque en Cristo soy tu hijo y coheredero de tus promesas. Ayúdame a dejar de confiar en mis méritos y descansar en tu amor perfecto. Amén.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Stop & go

Algo que Puedo Hacer Hoy: Callar para dejar que Él me hable

Algo que puedo hacer hoy: Tener un solo propósito y un solo corazón